Intencional o no, ha sido una jugada maestra. Michelle Bachelet, con su anuncio de gratuidad sólo para universidades del Consejo de Rectores (Cruch), ha logrado lo impensable: la derecha indignada exige ahora gratuidad total, dicen que la medida es discriminatoria; que la gratuidad debe extenderse a los estudiantes más vulnerables quienes en su mayoría estudian en universidades privadas no afiliadas al Cruch. En un par de días, todo argumento que apuntara al uso más inteligente de esos recursos fue olvidado.
La jugada es maestra no sólo por su efecto, sino porque deja en evidencia la ausencia de reflexión de un sector falto tanto de convicción como de argumentos y propuestas propias, incapaz de articular una visión país de largo plazo.
La gratuidad universitaria no es una mala política en sí misma, pero hoy las prioridades son otras. Sigue habiendo miles de personas viviendo en campamentos o en las calles, estudiando en paupérrimos colegios municipales (con profesores socialmente subvalorados) y sin posibilidades reales de entrar a la universidad.
Antes que todo comentario reaccionario debemos recordar que la urgencia está en entregar herramientas para que esos miles de olvidados sean capaces de alcanzar por sí mismos los mínimos necesarios para participar de la Sociedad.
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